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Dios no existe, ni el cielo, ni el infierno. Sólo tenía esa oportunidad para recuperar a la abuela. Era última. Si se cortaba la comunicación, se iban a perder los dos, para siempre, en el vacío. Y ¡clic! Se cortó. En la angustiosa irrealidad del sueño la arritmia tomó entonces el control del corazón.